En mi anterior artículo
“Un futuro que ya es presente” manifesté mi voluntad de seguir comentando las
cosas que Alvin Toffler anticipó, y las que no anticipó, en su obra El “shock” del futuro, especialmente en
lo relacionado con la familia.
En el apartado “la
familia reducida” de su capítulo XI, habla del paso ya producido de la familia
extensa, ─abuelos, tías, primos─, propia de una cultura agrícola, a la familia
nuclear compuesta solo del matrimonio y los hijos, propia de una cultura
industrial y ciudadana.
Pero esta familia
nuclear también anticipa que cambiará y será cada vez más reducida debido a las
carreras profesionales de los cónyuges y la transitoriedad de las uniones
matrimoniales. Dice que la decisión de engendrar un hijo se irá posponiendo y
retrasando hasta la edad del retiro, en cuyo momento las técnicas de
reproducción pueden facilitarle la implantación de un embrión congelado a un
vientre de alquiler.
Lo de tener hijos
después de jubilarse no parece que se haya producido, pero el retraso en la
primera maternidad es cada vez más acusado. Se tiene el primer hijo bien pasada
la treintena que, a menudo, será el único. La tasa de natalidad en el mundo
occidental es bastante baja y más acusada aún en España, donde se está
produciendo un proceso de rápido envejecimiento de la población.
Cada vez hay más viejos
y menos niños y aunque los viejos sobrevivan a edades cada vez más avanzadas,
terminarán muriendo, sin que existan generaciones jóvenes para sustituirlos.
Toffler no anticipó el problema del envejecimiento imparable de la población,
que hace insostenible el mantenimiento del estado de bienestar. Estamos
asistiendo al suicidio de una civilización, que será sustituida por otros
pueblos diferentes y más prolíficos, que ya están creciendo entre nosotros y
otros que vendrán.
La ideología de género,
el feminismo radical, la contracepción, el aborto o el miedo a la
superpoblación del planeta, que Toffler no menciona, están produciendo efectos
devastadores sobre la familia, auspiciados por los organismos internacionales
que, manejados por importantes minorías y bajo exitosos eufemismos como la salud
sexual y reproductiva o la lucha contra las discriminaciones, la explosión
demográfica, la ecología, los derechos de los animales, y otras cosas por el
estilo, están actuando como motores del cambio que se está produciendo ante
nuestros ojos.
Si siempre estuvo claro
que las personas somos biológicamente varones o mujeres, dejó de estarlo desde
aquel exabrupto de Simone de Beauvoir: “No se hace mujer: llega una a serlo”,
el sexo pasó a ser algo cultural, disponible, cada uno puede elegir la
sexualidad que se le antoje, con la aquiescencia de los gobiernos, dizque
progresistas. No hay ya dos sexos complementarios en el amor, sino un sinfín de
modalidades que se están inculcando a los niños desde los jardines de infancia.
Aunque siempre me
gustaron los libros que imaginaban el futuro nunca leí ninguna anticipación de
esta clase, que ya es presente. El niño puede elegir ser niña o la niña ser
niño y nos dicen que hay obligación de tratarlos como tal, según la ley de mi
comunidad autónoma.
Hay sin duda un shock
de futuro, un futuro chocante, que se nos está imponiendo todos los días y se
va aceptando por unos con satisfacción, por otros con estupor. Merece la pena
pensar en todo ello para tener ideas claras, si es posible.
Francisco Rodríguez
Barragán
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